Muchos de nosotros hemos nacido en un mundo fundamentalmente
audiovisual en el que la televisión ha sido nuestro ecosistema, nuestro medio
ambiente. A pocas cosas, quizás a ninguna, le hemos dedicado tanto tiempo, tanta atención,
tanto interés.
El cine ofrece una posibilidad de superar el aislamiento y
las limitaciones en las que se desenvuelven la vida de muchos niños actuales,
abriéndoles una ventana a otros mundos reales o imaginados.
El cine le da al educador la oportunidad de preparar a los niños y a los jóvenes
para el mundo en el que han de vivir; de hacer presente en la educación casi
todo lo que existe en ese mundo a través de su representación cinematográfica;
de servirse del cine para abordar de una forma viva la educación en valores; y,
sobre todo, de aprovechar el cine, por su conexión con la emoción, con el
sentimiento, con la belleza, con el arte, para no olvidar que la educación ha
de ser integral, que la meta de la educación es la persona total, como un todo
en el que se integran todas sus facetas.
El cine está demostrando ser un excelente medio para la formación
en valores. A través de él se hacen presentes valores y contravalores a través
de toda una visión del mundo. Los conflictos que se proyectan en la pantalla y se resuelven
de un determinado modo, son enseñanzas de la vida y para la vida, permiten el
análisis crítico de los valores y contravalores que los determinan, e incluso
facilitan el cambio de actitudes.
Por esto y por muchos más, el cine es un importante recurso didáctico con el que, si sabemos utilizarlo, podemos poner en práctica algo novedoso, como es esta actividad.